miércoles, 27 de mayo de 2009

Vivir sin la UE

Vivir sin la UE es un ejercicio que yo le había propuesto a una responsable de comunicación de la Comisión Europea, que estaba atribulada por las dificultades para suscitar el sentimiento de entusiasmo proeuropeo. Pensaba yo que se podría organizar un par de semanas con las viejas monedas, con aduanas, con pasaportes, con molestias en los aeropuertos y con ese simulacro bastaría para convencer a la gente de lo necesaria que es Europa. Y eso a pesar de que las cosas en las que pensamos siempre cuando hablamos de los inmensos beneficios de la UE en la vida diaria, en realidad no son la UE. El euro o el Tratado de Schengen no son la UE. Son acuerdos entre países europeos, pero aun no forman parte de las instituciones europeas. El euro no lo tienen todos los países miembros y en cuanto a la libre circulación de personas, afecta también a países que no lo son. Pese a ello, todos estamos contentos de que exista esa confusión, porque contribuye a reforzar una idea de lo que querríamos que fuera la UE, y al menos mitiga en parte el argumentario de los europesimistas. Es cierto que en estos tiempos resulta difícil defender a las instituciones comunitarias. Esta misma mañana he recibido un informe de la Asociación Europea de Cámaras de Comercio (www.eurochambres.eu) diciendo que en los últimos 12 años los excesos regulatorios de la UE han costado más de un billón de euros a la economía europea. Lo que no dicen es cuantos billones más hemos ganado gracias a la existencia de la UE, en vez haber seguido con la vieja tradición continental, guerreando entre naciones cada tres o cuatro décadas. Es muy fácil hacer la cuenta de lo que ha sido para todos los europeos (o casi todos) la primera mitad del Siglo XX y la segunda. Pero de esa cuenta no se acuerda nadie, y _peor aún_ nadie piensa que estamos más cerca de aquel pasado de lo que algunos creen. Mi inocente propuesta de volver a poner fronteras y monedas nacionales naturalmente se olvidó enseguida, me temo que por miedo de que en algunos países de repente se dejasen arrastrar por la nostalgia de los viejos francos, marcos o liras y quisieran volver atrás.

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